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Suelten las amarras! y desplieguen las velas! A navegar el abismo
Si mi Maga se marchita es porque ahora Oliveira está lejos.
Desde Uruguay entiende que la locura de correr no ayuda para escapar, no ayuda.
Quizás los signos de belleza que ella no supo interpretar, ahora están guardados de temor, por miedo a un nuevo hijo malnacido. ¿Para qué?
Maga comprende. Escucha. Ve.
Años luz después, reconoce pero no vuelve. Ir a Buenos Aires significa que tantos ríos de La Plata desaparecieran, y eso tarda siglos en suceder.
Desde su orilla de barro, de mugre, siente el frío de la tierra porteña en sus pies. Es agradable saber que Oliveira  también la observa, desde algún puerto, o a lo mejor desde esas playas perdidas de junco arena y arcilla.
Maga puede verlo porque es alto y grande. Porque para el perdón no hay distancias pero no puede recorrerlas, tiene los pies en un barro propio.
Extrañar no sirve, no aguanta. Es sembrar en el alma un dolor inamovible, sólo por placer de hallarse ahí, porque no sirve para nada. No construye.
Recorrer el río, esperando que Horacio no esté, pero la recuerde. No se puede estar siglos esperando. No se quiere.
Él se fue para reencontrarla, pero ahora sus pies tienen barro.
Hay que limpiarse y hundirse río adentro. Con un poco de suerte podría ahogarse para encontrarse a sí misma. Para salir en Buenos Aires, agotada pero gigante. Como Horacio.


Esta noche, buscando tu boca en 
otra boca,
casi creyéndolo, porque así de 
ciego es este río
que me tira en mujer y me
sumerje entre sus párpados,
qué tristeza nadar al fin hacia la 
orilla del sopor
sabiendo que el placer es ese 
esclavo innoble
que acepta las monedas falsas, 
las circula sonriendo.
Olvidada pureza, cómo quisiera 
rescatar
ese dolor de Buenos Aires, esa 
espera sin pausas ni esperanza.
Solo en mi casa abierta sobre el 
puerto
otra vez empezar a quererte,
otra vez encontrarte en el café de 
la mañana
sin que tanta cosa irrenunciable
hubiera sucedido.
Y no tener que acordarme de este 
olvido que sube
para nada, para borrar del 
pizarrón tus muñequitos
y no dejarme más que una 
ventana sin estrellas.

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